La pandemia nos ha enseñado muchas cosas durante estos últimos años. Por ejemplo y hasta un poco cómico nos ha recordado que lavarse las manos es importante. Todas las cadenas televisivas del mundo, conferencias de prensas de los gobiernos más poderosos del planeta mostraban como se debe lavarse las manos y la importancia de mantener la higiene.

Pero hoy me quiero referir a otras enseñanzas.
De un día al otro los gobiernos decidieron cerrar las actividades sociales, y entre ellas los templos. En un abrir y cerrar de ojos se terminó la posibilidad de encontrarnos con otras personas que comparten nuestra misma fe y muchos quedamos ¿y ahora qué?
La pandemia puso al descubierto que muchos cristianos éramos “templo dependientes”. No había reuniones, no nos podíamos reunir con los demás y esto por consecuencia llevaba a que no sabíamos como relacionarnos con Dios. El apóstol Pablo lo describe como cristianos que solo están preparados para la leche no para alimentos sólidos.

Al igual que los bebes y los niños pequeños que requieren de una ayuda continua para alimentarse, vestirse, aprender y demás, así también nosotros como cristianos cuando empezamos nuestro caminar precisamos de la “leche”, esa ayuda de otros cristianos que nos ayuden a crecer, madurar, alimentarnos. Que nos ayuden a dar nuestros primeros pasos, nuestras primeras decisiones. Pero al igual que los niños tienen que crecer y hacerse independientes, también nosotros debemos de crecer, nuestra relación con Dios no puede depender de poder ir a la reunión del domingo, no puede depender de los pastores, ni de los consejos de un hermano/a.

Nuestra relación tiene que ser madura, solida. Para que cuando estemos en cualquier tipo de situación y la tengamos que enfrentar solos, podamos estar seguros de quienes somos, y quien siempre esta con nosotros. Cuando nuestra vida se convierte en “Dios dependiente” y no en “templo/pastor/hermano dependiente” hemos dado un paso en nuestro crecimiento y en nuestra maduración. Hemos empezado verdaderamente una relación personal con nuestro creador.

Otra de las cosas que nos ha tenido que recordar la pandemia es que se trata de una relación personal. Padre e hijo, no hay sobrinos/tíos/nietos en esta maravillosa relación con Dios.
No será el pastor, ni los padres ni el amigo quien nos llevará a las puertas de la eternidad con Cristo.
Sí son personas que nos pueden ayudar, guiar, apoyar. Pero la relación sigue siendo personal con nuestro Padre celestial.

Y esa relación es la que se vio sacudida al comenzar los periodos de aislamientos. Esos periodos donde no teníamos los mismos “apoyos” que habían sostenido nuestra vida cristiana. El estar solos nos ha ayudado a fortalecer nuestra relación personal con Dios, esa relación que Él tanto anhela. Esas muestras de amor, esa muestra de confianza de seguridad que Dios quiere ver en sus hijos. Que saben que, sin importar la dificultad el problema o el imposible que se pone enfrente, descansan y confían en su Padre que no los deja y nunca abandona. Ese Padre que todo lo puede y que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin.

Si durante la pandemia has visto como tu relación con Dios se ha apagado, se ha sentido mas fría, hoy es el día, hoy puedes hacer la diferencia, hoy puedes empezar un nuevo comenzar con tu Padre.
El te esta esperando como siempre con los brazos abiertos.